terça-feira, 12 de junho de 2012

Affectio Societatis Nº 1/ junio/ 1998 1
Departamento de Psicoanálisis | Universidad de Antioquia
DEL PADRE AL SÍNTOMA: UNA ARTICULACIÓN DE LO
PARTICULAR Y LO COLECTIVO EN FREUD
Pilar Posada

En Tótem y tabú Freud plantea la articulación de lo individual y lo colectivo por la vía del
padre. La tesis freudiana establece que la religión, la eticidad, el arte y la cultura son, del
mismo modo que lo es el individuo (1), una respuesta al padre por la vía del complejo de
Edipo.
En su práctica clínica Freud ha elucidado el papel fundamental que el complejo de Edipo
tiene en la estructuración del sujeto y en la orientación del deseo humano. Esta función
estructurante del Edipo es llevada por Freud, en Tótem y tabú y en Moisés y la religión
monoteísta, al campo de lo colectivo.
"En el complejo de Edipo se conjugan los comienzos de religión, eticidad, sociedad y arte, y
ello en plena armonía con la comprobación del psicoanálisis de que este complejo
constituye el núcleo de todas las neurosis, hasta donde hoy ha podido penetrarlas nuestro
entendimiento. Se me aparece como una gran sorpresa que también estos problemas de la
vida anímica de los pueblos consientan una resolución a partir de un único punto concreto,
como es el de la relación con el padre" (2). La relación al padre es entonces, para Freud, el
punto concreto a partir del cual encuentran resolución ciertos problemas de la vida anímica
del individuo, al igual que ciertos problemas de la vida anímica de los pueblos.
Apoyada en una lectura de Freud con Freud, me propongo en este trabajo pasar del padre al
síntoma. Allí donde él sitúa el padre, en el punto de articulación o de bisagra entre lo
individual y lo colectivo me parece que está implícito el síntoma. Intentaré hacer explícito
lo que he visto como implícito.
El Edipo y la neurosis
Vamos entonces al punto de partida de la elaboración freudiana. En el individuo se trata del
complejo de Edipo articulado al complejo de castración y de la fobia como modo de
resolución. La fobia, -como dice Lacan- en la cual Freud pone el "acento como piedra
angular de la neurosis" (3).
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Para el niño varón, en la situación edípica se presenta un conflicto de sentimientos hacia el
padre. Lo ama, lo respeta, lo admira y también, como efecto de los deseos sexuales del niño
dirigidos a la madre, lo teme como rival poderoso, lo odia y desea ocupar su lugar.
Este conflicto de sentimientos que Freud define como ambivalencia (4), busca vías de
tramitación, de resolución. Como un intento de procurarse un alivio se produce el
desplazamiento de los sentimientos hostiles y angustiados sobre un subrogado del padre,
un animal. Este desplazamiento no logra resolver ni eliminar el conflicto, no logra
establecer una "tersa separación entre sentimientos tiernos y hostiles" (5). El conflicto
continúa "en torno del objeto de desplazamiento" (6), del cual también se apodera la
ambivalencia. El animal, sustituto del padre, produce angustia y es temido y evitado, pero
también admirado y respetado.
La fobia es un intento de solución del conflicto ambivalente con el padre. No lo elimina; lo
tramita por la vía del desplazamiento de los sentimientos hostiles, hacia un objeto
sustituto. Con ello se introduce una transformación pero a la vez se establece una
continuidad. Este intento de resolución aporta una cierta satisfacción para las pulsiones en
juego en el conflicto, pero de ningún modo lo extingue. Se trata de un modo de tramitación
en el cual el conflicto subsiste.
Retendremos pues la ambivalencia como causa y el desplazamiento como mecanismo.
Agregaremos a estos dos conceptos, el de identificación, también explicitado por Freud en las
zoofobias. El niño no solo siente temor ante el animal hacia el que se dirige la fobia. Éste
también le produce un gran interés y fascinación y el niño se identifica con él. Refiriéndose
al caso de la fobia a los caballos de Hans, dice Freud: "Es inequívoco que el pequeño Hans
no sólo tiene angustia ante los caballos, sino también respeto e interés por ellos. Tan pronto
como su angustia se mitiga, él mismo se identifica con el animal temido, galopa como un
caballo y ahora es él quien muerde al padre" (7).
Freud aísla estos tres rasgos presentes en las zoofobias, el desplazamiento, la ambivalencia y la
identificación, y los localiza en el totemismo. Con base en esto plantea una analogía
estructural entre zoofobia y totemismo, estableciendo con ello un punto común, un puente,
entre lo individual y lo colectivo.
El Edipo y la cultura
La tesis freudiana sitúa al sistema totemista también como un producto de las condiciones
del complejo de Edipo y su evolución por él dirigida. Para poder equiparar la neurosis
individual con esta formación religiosa colectiva, Freud inventa algo que en el campo de lo
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colectivo hace las veces del Edipo, y que pone en juego los deseos sexuales hacia la madre y
la ambivalencia de sentimientos hacia el padre característicos del Edipo. Este algo es el
mito del padre primordial asesinado por la horda y el consecuente surgimiento del primer
contrato social.
En el mito freudiano podemos aislar tres momentos. El primero, en el cual el padre es el
dueño del goce de modo absoluto y los hijos están privados de toda satisfacción. En el
segundo momento, se trata de una satisfacción pulsional desbordada para los hijos.
Dominados por el odio y el deseo de tener el goce del padre lo asesinan y devoran. El tercer
momento, es el del surgimiento de la ambivalencia propiamente dicha, el retorno del amor
por la vía de la culpa, y el deseo de repetir la satisfacción. Es sobre la base de este estado
ambivalente que se produce el pacto entre hermanos, el contrato social.
Tenemos entonces que el mito plantea un estado de conflicto pulsional, que es el mismo de
la ambivalencia edípica. Ante el fracaso en términos de satisfacción pulsional, el amor que
se le profesaba al padre se transforma en arrepentimiento y en conciencia de culpa,
compartida por todos los que participaron en su muerte. También perdura el deseo del goce
que impulsó a eliminar al padre y tratar de sustituirlo, colocándose en su lugar. Con el mito
introduce Freud el estado de conflicto pulsional ambivalente característico del Edipo en el
interior de la colectividad. Digamos que con el mito inyecta Freud el Edipo -como matriz
estructurante- a la colectividad.
Del mismo modo que este conflicto pulsional perdura en el campo del sujeto, perdura
también en el campo de lo colectivo, y se constituye en el motor de formaciones que
intentan tramitarlo, expresarlo, y darle satisfacción en forma nivelada. Este núcleo
pulsional designado como ambivalencia, pero también como lo traumático y lo reprimido
por Freud, es fundante y fundador. Fundante en tanto se va a los cimientos, a la base, y
fundador en tanto organiza y produce. ¿Qué produce? y ¿cómo lo produce?
El totemismo como religión y como primera forma de relación social es, para Freud, un
producto de esta ambivalencia en el campo de lo colectivo, al igual que la fobia a los
caballos de Hans es un producto de la ambivalencia en el plano individual. La ambivalencia
pulsional que perdura después del asesinato del padre primordial, halla pues una forma de
tramitación en el totemismo.
En éste y en su rasgo característico, el banquete totémico, Freud descubre los tres rasgos ya
descritos en la zoofobia: el desplazamiento de los sentimientos del padre a un subrogado
suyo, la ambivalencia de sentimientos hacia el sustituto del padre y la identificación al mismo.
El totemismo da cuenta de que el animal totémico es un sustituto del padre en el hecho
preciso de que éste es considerado por todos los miembros del tótem como un antepasado
del cual descienden.
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La ambivalencia y la identificación son explicitadas por Freud en el contexto del banquete
totémico, celebración colectiva de todos los miembros del clan, que transgrede cada cierto
tiempo y en condiciones muy precisas, la prohibición de matar al tótem y comer de su
carne. En este banquete todos los miembros de la comunidad deben participar en la
matanza del animal y consumir su carne. Unidos, lamentan y lloran la muerte del mismo y a
la vez celebran jubilosamente el evento.
Freud refiere a la ambivalencia la presencia simultánea de manifestaciones de duelo y
alegría en el banquete totémico. Del mismo modo, en el totemismo considerado a la vez
como religión y como precepto ético, ve Freud la presencia de la ambivalencia. Los dos
tabúes fundamentales del totemismo, respetar y venerar la vida del tótem y no gozar
sexualmente de las mujeres que pertenecen al mismo clan, dan cuenta de la corriente tierna
al padre mudada en arrepentimiento y en intentos de reconciliación con él. Por el contrario,
la fiesta conmemorativa del banquete totémico recuerda y celebra el triunfo sobre el padre
y da cuenta de la prevalencia de las tendencias que llevaron al parricidio.
Freud explicita el rasgo de la identificación al animal totémico en la participación
comunitaria del banquete. Al comer todos de la carne de la víctima, se establece una
participación común de su sustancia y de sus propiedades. Por la vía del alimento que
proviene del animal sacrificado en común -sustituto del padre-, y consumido
comunitariamente, se establece un vínculo de identificación de cada uno de los miembros
del clan con el tótem y de todos entre S.
En resumen, podemos decir que Freud piensa el totemismo como una formación en la cual
se expresan y hallan satisfacción por una vía de compromiso dos mociones pulsionales
opuestas. Esta idea no se reduce al totemismo. Sucesivas formaciones religiosas -adoración
de divinidades antropomórficas con la presencia de ritos sacrificiales en su ceremonial, el
judaísmo y el cristianismo-, también son pensados por Freud como formaciones de
compromiso en las cuales halla una vía de tramitación, -es decir, de satisfacción- la
ambivalencia pulsional. "Tampoco en el ulterior desarrollo de las religiones se extinguieron
nunca los dos factores pulsionantes, la conciencia de culpa del hijo varón y su desafío. Cada
intento de solucionar el problema religioso, cada variedad de la reconciliación entre estos
dos poderes anímicos en pugna, caduca poco a poco, probablemente bajo el influjo
combinado de eventos históricos, alteraciones culturales y cambios psíquicos internos" (8).
Una causa que permanece idéntica, un conflicto pulsional hacia el padre, va produciendo
soluciones que son formaciones de compromiso, en tanto las dos fuerzas pugnantes logran
en ellas encontrar su expresión. Estas soluciones no son suficientemente estables y por
tanto tampoco son definitivas. Otras diferentes, vienen siempre a reemplazarlas, y en ellas
Freud reconoce también un intento de conciliación, una formación en la que se expresan
hallando satisfacción las dos tendencias antagónicas.
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No sólo los fenómenos religiosos son pensados por Freud como el retorno y el intento de
resolución del conflicto inaugural recogido por el mito del padre primordial. También en
algunos mitos, como los de Atis, Adonis y Tamuz, divinidades masculinas que realizan el
incesto con la madre y por ello son castigados por el padre con la castración y la muerte, se
presenta el intento de conciliar los dos poderes en pugna. Del mismo modo, en la tragedia
griega, en la culpa trágica del héroe y en su relación con el coro, encuentra Freud, por la vía
de una desfiguración, las huellas de este drama primordial.
Hasta aquí vemos entonces que Freud piensa las religiones, el contrato social que hace
posible la vida en comunidad, y el arte como formaciones producidas por el conflicto
pulsional primordial. Todas como formaciones que encuentran una vía de compromiso para
la satisfacción de las dos pulsiones opuestas que están en juego. Y con ello nos encontramos
aquí, cara a cara, con una de las concepciones freudianas del síntoma. El síntoma, como una
formación de compromiso, como el lugar de coincidencia de fuerzas en pugna, como
satisfacción sustitutiva en la cual se da un "cumplimiento de deseo simultáneo para los dos
participantes en el conflicto, aunque incompleto para ambos" (9).
De este modo tenemos entonces que Freud considera tanto la neurosis como la religión, la
sociedad y la cultura como síntomas que se producen allí donde la operación del padre se
hace presente. El neurótico responde al padre con su síntoma, la comunidad responde al
padre con un síntoma compartido por todos. Allí donde Freud sitúa al padre como causa,
siempre se produce un síntoma (10).
Síntoma y vínculo social
Traer las cosas hasta este punto, nos sitúa entonces, en la pregunta por la relación entre el
síntoma y el vínculo social. Siguiendo a Freud, podemos afirmar que el vínculo social se
establece sobre la posibilidad de un síntoma compartido, un síntoma que justamente por el
hecho de ser común, es el que produce la comunidad. Tener un mismo tótem y participar
con otros del asesinato del animal totémico y del banquete de su carne, es participar
colectivamente de una formación que Freud considera equivalente a un síntoma, en tanto
participa como la zoofobia, de la ambivalencia como causa, el desplazamiento como
mecanismo y de la identificación como proceso de ubicación del sujeto frente a la matriz
estructurante del Edipo.
Así pues, síntoma y vínculo social no pueden separarse. El síntoma compartido es el
fundamento del vínculo social, o para ser más precisos, es el vínculo social mismo.
Apoyándonos también en el texto freudiano, podemos concluir que si bien el síntoma une,
es también por la vía del síntoma que se produce la exclusión, la segregación. El totemismo
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ilustra esto claramente. Compartir un tótem, participar en el mismo banquete, es compartir
el síntoma a través del cual la fraternidad se establece. En la comunidad del síntoma, los
hermanos se reconocen como tales y a la vez reconocen como extraños a aquellos que no lo
comparten.
Por el síntoma se produce la congregación y, como efecto lógico necesario, también la
segregación. El síntoma en su doble función, en su rostro de dos caras, une y separa,
congrega y segrega, en él se produce la coincidencia y por él se produce la disidencia.
¿Pero qué es lo común, qué es lo que realmente se comparte? Lo que realmente se comparte
es un objeto, la carne del animal totémico. ¿Se trata entonces del objeto a? En su texto,
Affectio Societatis, Jacques Alain Miller localiza el objeto a en el grupo, en "las significaciones
que se tienen en común, en el pan y el vino que se comparten". El objeto a, factor pulsional
que se inscribe como un elemento suplementario en el conjunto, elemento que se hace
presente cada vez que algunos se comprenden entre ellos. Objeto que siempre obstaculiza
la universalidad hacia la que se dirige el orden simbólico, que siempre particulariza y
produce un efecto sectario. Así pues, todo lo que en mi razonamiento he atribuido al
síntoma, Jacques Alain Miller lo pone del lado del objeto a. La pregunta que parece
entonces imponerse, y que dejaré abierta, es ¿cuál es la función y el lugar del objeto a en el
síntoma?
Concluiré aquí mi trabajo abriendo dos vías para su continuación:
La primera es la ya señalada, el síntoma en lo social en su efecto de congregación y de
segregación.
La segunda, hace también referencia al síntoma en su bifuncionalidad, en su modo de
operar como bisagra. Se trata de la aparente contradicción entre la concepción del síntoma
como lo que en cada uno objeta la conformidad del ser social y el síntoma como lo que
estructura el vínculo social, que es lo que he visto claramente en estos textos freudianos.
¿De qué modo podemos articular la concepción del síntoma como la diferencia irreductible,
que da cuenta de lo ingobernable e indomable del goce en cada uno, con la concepción del
síntoma como un anudamiento que en el sujeto sostiene el vínculo social con sus
semejantes?
Notas
1. En las referencias a Tótem y tabú me he acogido al concepto de individuo, que es el
empleado por Freud. A mi modo de ver, el concepto de sujeto utilizado por Lacan, equivale
al freudiano de individuo y en este trabajo aparecen ambos conceptos.
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2. FREUD, Sigmund. Tótem y tabú, Obras completas, tomo XIII, Buenos Aires: Amorrortu,
1980. p. 158.
3. LACAN, Jacques. "Ideas directivas para un congreso sobre la sexualidad femenina".
Escritos, México: Siglo XXI, 1975. p. 711.
4. Respecto al concepto de ambivalencia, ampliamente presente en Tótem y tabú, considero
necesario establecer la siguiente precisión. La ambivalencia en Freud es un efecto de la
naturaleza pulsional. Es la pulsión, -y no su efecto-, la que verdaderamente opera como
causa. De este modo, cuando leemos ambivalencia en Freud, lo que realmente nos es
señalado es la naturaleza de la pulsión operando como causa.
5. FREUD, Sigmund. Tótem y tabú, Obras completas, tomo XIII, Buenos Aires: Amorrortu,
1980. p. 132.
6. Ibid. p. 132.
7. Ibid. p. 132.
8. Ibid. p. 153.
9. FREUD, Sigmund. "Los caminos de la formación de síntoma" Conferencias de introducción al
psicoanálisis. Obras completas, tomo XVI, Buenos Aires: Amorrortu, 1980. p. 242.
10. Hasta aquí, la elaboración seguida me ha conducido a considerar el síntoma como si se
tratase de algo exclusivo de la neurosis, es decir, de la operación del padre. En la psicosis,
además de fenómenos elementales, también encontramos síntomas y la ausencia de la
operación paterna. Esto abre la pregunta por la diferencia entre los síntomas de la neurosis
y los de la psicosis, pregunta a la que no intentaremos responder en este trabajo, pero para
la cual dejaremos abierta una vía, producida por el trabajo mismo. ¿El síntoma neurótico es
el que se puede compartir, el que puede ser común y por tanto permitir la creación de una
comunidad? ¿Y, por el contrario, el síntoma psicótico no permite ser compartido, aísla en
lugar de crear comunidad?
Bibliografía
FREUD, Sigmund. Análisis de la fobia de un niño de cinco años, Obras completas, tomo X, Buenos
Aires: Amorrortu, 1980.
FREUD, Sigmund. Tótem y tabú. Obras completas, tomo XIII, Buenos Aires: Amorrortu,
1980.
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